Medellín abrió las puertas al ocultismo

En 1975, Medellín fue sede del llamado Primer Congreso Mundial de Brujas, un evento que atrajo la atención internacional por su abierta promoción del ocultismo. Décadas después, este episodio sigue siendo un recordatorio espiritual de cómo la oscuridad busca presentarse como cultura, y cómo solo la verdad de Cristo puede disipar las tinieblas. En pleno…

En 1975, Medellín fue sede del llamado Primer Congreso Mundial de Brujas, un evento que atrajo la atención internacional por su abierta promoción del ocultismo. Décadas después, este episodio sigue siendo un recordatorio espiritual de cómo la oscuridad busca presentarse como cultura, y cómo solo la verdad de Cristo puede disipar las tinieblas.

En pleno auge del movimiento contracultural de los años setenta, la ciudad de Medellín, Colombia, fue escenario de uno de los acontecimientos más controversiales de la época: el Primer Congreso Mundial de Brujas. Aquel encuentro, celebrado en 1975, reunió a cientos de personas provenientes de Europa, América y África, quienes se declaraban practicantes de hechicería, espiritismo, magia negra y ocultismo.

El evento fue promovido como un espacio de “diálogo espiritual y libertad de creencias”, pero rápidamente se transformó en un espectáculo de prácticas contrarias a la fe cristiana. Rituales de invocación, lecturas esotéricas y exhibiciones de “poderes sobrenaturales” llamaron la atención de los medios, pero también despertaron la preocupación de líderes religiosos y de comunidades cristianas en toda Latinoamérica.

Para muchos creyentes, aquel congreso marcó un punto de inflexión cultural: la aceptación pública de prácticas que, durante siglos, habían sido reconocidas como obras de las tinieblas. Detrás del discurso de “espiritualidad alternativa”, se escondía la intención de normalizar lo que la Biblia condena con claridad.

El libro de Deuteronomio 18:10-12 advierte: “No sea hallado en ti quien practique adivinación, ni agorero, ni encantador, ni quien consulte a los muertos; porque es abominación a Jehová cualquiera que hace estas cosas.” A la luz de la Palabra, el llamado sigue siendo el mismo: no participar en obras que apartan el corazón del Dios vivo.

Medellín, una ciudad marcada hoy por procesos de restauración y fe, fue testigo de cómo el enemigo puede presentarse con apariencia de cultura o curiosidad espiritual. Sin embargo, también ha sido testigo de cómo el Evangelio puede transformar incluso los lugares más oscuros.

Cincuenta años después, ese congreso no es recordado como un avance cultural, sino como una advertencia. El mundo sigue buscando respuestas en la oscuridad, pero la verdadera sabiduría y poder solo se hallan en Cristo Jesús, “la luz que brilla en las tinieblas, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” (Juan 1:5).

Hoy, más que nunca, el recuerdo de aquel encuentro debe mover al pueblo cristiano a interceder, a proclamar la verdad y a rechazar toda práctica que distorsione la gloria de Dios. Porque mientras el mundo celebra lo oculto, la Iglesia está llamada a levantar la luz que nunca se apaga.

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