El mundo del entretenimiento y del deporte ha perdido hoy a una de sus figuras más emblemáticas: Terry Gene Bollea, mejor conocido como Hulk Hogan, falleció dejando un legado que va mucho más allá de los cuadriláteros. Hogan, quien se convirtió en ícono global de la lucha libre profesional durante más de cuatro décadas, murió este jueves habiendo entregado su vida plenamente a Jesucristo.

Años atrás, en diciembre de 2023, Hogan fue bautizado junto a su esposa, Sky Daily, en la Iglesia Bautista Indian Rocks, en Florida. Aquella ceremonia marcó lo que él mismo describió como “el mejor día de su vida” y una “entrega total y dedicación a Jesús”. Aunque había aceptado a Cristo como su Salvador a los 14 años, fue en ese momento, ya de adulto, cuando se rindió por completo a Dios.

Desde entonces, vivió sus últimos años como un hombre transformado por la fe. En entrevistas y publicaciones, compartió que su relación con Jesús le ayudó a superar obstáculos, a sanar heridas del pasado y a encontrar propósito más allá de la fama. “Ahora soy el Verdadero Evento Principal que puede derrotar a cualquier gigante a través del poder de mi Señor y Salvador”, dijo alguna vez, dejando ver que su lucha más importante fue espiritual.
Hogan no solo se mantuvo firme en su testimonio, sino que inspiró a muchos con su cambio de vida. En lugar de aferrarse a su figura pública, usó su plataforma para hablar del amor de Dios, de la importancia de la fe y del valor del perdón. Se alejó del ruido del espectáculo para abrazar una vida más sencilla, centrada en su fe cristiana y en su familia.
Hoy, con su fallecimiento, queda el recuerdo de un guerrero no solo del ring, sino también del espíritu. Un hombre que entendió que la verdadera victoria no está en los títulos ni en la fama, sino en vivir para Dios.
Hulk Hogan murió en paz, habiendo encontrado lo que tanto buscó: una nueva vida en Cristo. Su legado como luchador es inmenso, pero su legado como creyente es eterno.