Medellín celebrará los 50 años del Congreso Mundial de Brujería, un evento que pretende revestir de arte y cultura lo que en esencia es oscuridad espiritual. Miles se dejan seducir por el engaño del ocultismo, mientras la fe verdadera parece ser olvidada.
Vinicio Ramírez* / Especial para El Periódico La Palabra
17 de octubre de 2025 – 09:07 a. m.

Cincuenta años después de aquel escándalo que convirtió a Bogotá en la “capital mundial de la brujería”, Colombia vuelve a abrir las puertas a lo que debería haber quedado en el pasado: la exaltación del mal disfrazado de conocimiento y cultura. Este mes, Medellín acogerá “Conjuro”, una feria que conmemora aquel Congreso Mundial de Brujería de 1975, reuniendo nuevamente a quienes ven en la hechicería, el vudú, la magia y el ocultismo una “fuerza creativa” o una “resistencia cultural”.
Pero lo que se presenta como arte o libertad espiritual no es más que una sutil normalización del mal. Bajo discursos académicos y artísticos, el evento promueve prácticas que niegan a Dios, confunden a los jóvenes y arrastran a muchos a creer en poderes sin luz, en “energías” que sustituyen la fe, y en rituales que prometen bienestar pero dejan vacío el alma.

El peligro es profundo: miles de personas, especialmente los más jóvenes, están siendo seducidos por lo que suena místico y diferente, sin comprender que detrás de esas prácticas hay oscuridad espiritual. La brujería, el tarot, la astrología y las “espiritualidades alternativas” están siendo presentadas como caminos de autoconocimiento, cuando en realidad apartan al ser humano del único que puede salvarlo: Cristo.
El historiador Julián Sánchez González, promotor de esta conmemoración, afirma que la brujería “es una fuerza provocadora y fértil”. Pero esa “fertilidad” no genera vida, sino confusión. Y esa provocación no libera, sino que encadena el alma en la mentira de que el hombre puede ser su propio dios.
Durante el congreso de 1975, se mezclaron danzas de vudú haitiano, prácticas de hipnosis, rituales paganos y performances que celebraban lo sobrenatural sin discernimiento. Medio siglo después, la historia se repite, y ahora con el apoyo de instituciones culturales y fondos públicos. El mal ya no se oculta en las sombras; se presenta en los escenarios, se viste de arte y exige ser celebrado.
Lo más alarmante no es el evento en sí, sino cómo muchos seres humanos se dejan guiar por estas corrientes sin cuestionarlas, buscando sentido donde solo hay confusión, y poder donde solo hay engaño. El hombre moderno, que presume de razón, termina creyendo en cartas, amuletos y rituales de luna, mientras se burla de la oración y desprecia la Palabra de Dios.

El lema del nuevo encuentro, “A la sombra de lo diferente, con amor y asombro”, revela el corazón del problema: amor sin verdad, asombro sin fe, diferencia sin discernimiento. Se celebra lo extraño y se ridiculiza lo sagrado. Se abren puertas al ocultismo, mientras se cierran corazones a la gracia.
Hoy más que nunca, el mundo necesita luz, no conjuros. Necesita volver a la fe que dio sentido y esperanza a generaciones, no seguir a quienes glorifican el misterio por el misterio mismo. Porque detrás de esa aparente libertad espiritual se esconde la misma voz antigua que prometió a Eva “ser como Dios”, y que hoy sigue susurrando a millones de almas confundidas.
La brujería no es cultura; es un camino de extravío. Y lo trágico es que una sociedad que juega con la oscuridad termina siendo devorada por ella. Medellín puede celebrar su “conjuro”, pero la verdadera batalla se libra en el corazón de cada persona: entre creer en lo que deslumbra o permanecer firmes en la fe que salva.