columna invitada
Leticia de Enríquez
Esposa, madre, pastora de Ministerios Ebenezer

El primer mandamiento con promesa es: honra padre y madre para que tus días sean alargados en la tierra que Jehová tu Dios te da (Deuteronomio 5:16). Cuando yo leo este sagrado mandamiento me pregunto ¿por qué necesitamos una promesa de esa magnitud para poder honrar? ¿No debería ser suficiente el amor que nos catapulta a poder honrar y no la promesa de larga vida?
La infinita sabiduría y misericordia de Dios decide bendecirnos al cumplir un mandamiento que por naturaleza lo deberíamos de tener dentro de nosotros desde niños y cultivarlo al crecer. Sin embargo, vemos el resultado de esa falta humana en la sociedad cuando nos encontramos con ancianos pidiendo una limosna en la calle o a veces ancianitas trabajando desde temprana hora en los mercados con sus manos
encallecidas por la dura labor; y tratando de no juzgar a nadie salta a nuestra mente la pregunta ¿y sus hijos?
El apóstol Pablo tuvo que instruir a sus discípulos para que siempre recordaran esto cuando dijo: pero si alguna viuda tiene hijos o nietos, que aprendan éstos primero a mostrar piedad para con su propia familia y a recompensar a sus padres, porque esto es agradable delante de Dios (1 Timoteo 5:4).
No es un día en el año, es una vida entera de honra por amor. Cada 10 de mayo vemos los restaurantes llenos de familias que celebran. Yo he tenido la dicha de ser madre, abuela y bisabuela, de sentirme amada y cuidada durante todos los años, aunque quizá no he sido ni la mejor madre, ni abuela ni bisabuela, pero he tenido la dicha de tener los hijos, nietos y bisnietos que me honran cada día.
Hago un llamado a los hijos que dejen sentir ese amor que palpita en sus corazones hacia sus madrecitas todo el año. Pero si alguna viuda tiene hijos o nietos, que aprendan éstos primero a mostrar piedad para con su propia familia y a recompensar a sus padres, porque esto es agradable delante de Dios 1 Timoteo 5:4