Uruguay aprueba la eutanasia y desafía la fe

El Senado uruguayo aprobó la ley que despenaliza la eutanasia, convirtiendo al país en el primero de América Latina en abrir la puerta a la muerte asistida. Una decisión que divide conciencias, hiere la fe y reabre el debate sobre el valor sagrado de la vida.

El Senado uruguayo aprobó la ley que despenaliza la eutanasia, convirtiendo al país en el primero de América Latina en abrir la puerta a la muerte asistida. Una decisión que divide conciencias, hiere la fe y reabre el debate sobre el valor sagrado de la vida.

Vinicio Ramírez* | Especial para El Periódico La Palabra

17 de octubre de 2025 – 10:30 a. m.


En una jornada calificada como “histórica” por sus impulsores, el Senado de Uruguay aprobó la ley que permite a médicos aplicar la eutanasia a quienes lo soliciten en casos de sufrimiento extremo. La medida convierte al país en pionero en la región, pero también en el primero en autorizar legalmente que la vida sea interrumpida por decisión humana, algo que para millones de creyentes representa una tragedia moral y espiritual.

La norma fue aprobada tras meses de debate, y ahora el Estado uruguayo permitirá que los médicos practiquen la eutanasia bajo ciertas condiciones, argumentando el “derecho a morir con dignidad”. Sin embargo, para quienes defienden la vida desde la fe cristiana, no hay dignidad en la muerte provocada, porque la verdadera dignidad está en acompañar, cuidar y aliviar, no en eliminar la vida.

Desde diversas iglesias cristianas y organizaciones provida, la reacción fue inmediata. Voces religiosas y médicas advirtieron que esta ley convierte al Estado en juez sobre quién debe vivir y quién debe morir. “Cuando el sufrimiento se vuelve argumento para matar, la humanidad pierde su compasión”, señaló un líder evangélico de Montevideo.

Uruguay, país que históricamente ha impulsado leyes progresistas —como la legalización del aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo y la marihuana recreativa—, da ahora un paso más hacia la secularización extrema, donde el valor de la vida se mide por la comodidad y no por el propósito divino.

Quienes defienden la eutanasia celebran la norma como un acto de libertad personal, pero el cristianismo recuerda que la vida no nos pertenece, sino que es un don de Dios. Nadie tiene autoridad moral ni espiritual para disponer del soplo que solo el Creador puede dar y quitar.

En un mundo donde el sufrimiento se teme más que el pecado, la eutanasia aparece como una solución rápida para lo que en realidad es una crisis espiritual: la pérdida del sentido del dolor, del acompañamiento y del amor al prójimo. La medicina, que nació para sanar, se convierte así en instrumento de muerte legalizada.

La decisión uruguaya podría tener eco en otros países de la región. Ya en naciones como Colombia y Chile se han abierto debates similares. Sin embargo, esta expansión de la “muerte compasiva” plantea una pregunta urgente: ¿qué sociedad estamos construyendo cuando el sufrimiento se resuelve matando y la esperanza se sustituye por la inyección letal?

Uruguay podrá decir que ha hecho historia, pero la historia recordará que en nombre de la libertad se eligió matar. La dignidad humana no se alcanza con la muerte, sino con el amor, la fe y el acompañamiento. La verdadera compasión no consiste en acortar la vida, sino en sostener al que sufre con ternura y esperanza, recordando que cada aliento, por doloroso que sea, sigue siendo sagrado ante los ojos de Dios.

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