Guatemala: Entre la historia, la fe y el futuro

El 15 de septiembre no es simplemente una fecha en el calendario, ni un acto protocolario con banderas y desfiles. Es el recuerdo vivo de una Guatemala que nació libre, sin violencia, con un acto de independencia que buscó la paz antes que la confrontación. Nuestros antepasados comprendieron que la libertad era un don de…

El 15 de septiembre no es simplemente una fecha en el calendario, ni un acto protocolario con banderas y desfiles. Es el recuerdo vivo de una Guatemala que nació libre, sin violencia, con un acto de independencia que buscó la paz antes que la confrontación. Nuestros antepasados comprendieron que la libertad era un don de Dios, pero también una gran responsabilidad. La ejercieron con honorabilidad y con la certeza de que la patria debía forjarse sobre principios sólidos.
Hoy, dos siglos después, no podemos evitar preguntarnos: ¿qué hemos hecho con esa herencia?
Estados Unidos, al consolidar su independencia, marcó sus monedas con las palabras “In God We Trust”. No fue un simple lema religioso, fue un reconocimiento público de que una nación no puede sostenerse sin una brújula moral. Guatemala también ha reconocido a Dios en su historia, pero las palabras ya no son suficientes: lo que hoy nos falta son hechos, justicia e integridad.
Vivimos en una región donde la desconfianza hacia los procesos electorales, hacia las instituciones y hacia los mismos líderes es cada vez más profunda. Desde México hasta Venezuela, desde Brasil hasta nuestro propio país, la democracia se tambalea porque perdió lo más esencial: la credibilidad. Y sin confianza no hay pacto social que aguante.
Aquí es donde la fe cristiana tiene un papel irrenunciable. Ser creyente no significa encerrarse en una espiritualidad privada, sino vivir de manera coherente en la vida pública. El profeta Jeremías dijo a su pueblo en el exilio: “Procurad la paz de la ciudad… y orad por ella, porque en su paz tendréis vosotros paz” (Jeremías 29:7). Esa instrucción no fue solo para un tiempo antiguo, sino para nosotros hoy en Guatemala.
Han pasado presidentes que se han declarado cristianos, pero lo que realmente importa no es la etiqueta, sino el legado. No se trata de proclamarse, sino de vivir con honorabilidad. La mejor carta de presentación de un cristiano en la política, en los negocios, en la educación o en cualquier ámbito, no es el discurso sino la coherencia de su vida.
Y aquí está la urgencia de nuestro tiempo. Guatemala no puede seguir dividida, atrapada en la violencia, la corrupción y la desesperanza. Necesitamos volver a lo esencial: principios y valores inamovibles, no negociables. La integridad, el respeto, la justicia y la solidaridad no pueden ser banderas pasajeras, deben ser cimientos firmes.
La Iglesia no puede callar ni limitarse a los templos. Necesita estar despierta, activa y presente en cada rincón de la vida nacional. No basta con orar solo los domingos, hay que actuar entre semana; no basta con esperar milagros, hay que trabajar para sembrar futuro. Seamos una Iglesia que acompañe a los vulnerables, que eduque, que denuncie la corrupción, que proponga caminos de justicia y que nunca deje de interceder por su nación.
Un buen cristiano no es aquel que se refugia en su espiritualidad para escapar del mundo, sino aquel que, con fe firme, se involucra para transformarlo. Daniel, en medio del exilio, no se contaminó, no se rindió, y siguió orando por su pueblo. Ese es el ejemplo que necesitamos hoy: fe inquebrantable y compromiso activo.
Guatemala merece una nueva generación de ciudadanos honorables, cristianos comprometidos y líderes transparentes. Nuestra independencia nos recuerda que la libertad se defiende con dignidad, no con violencia; que la justicia se construye con principios, no con pactos oscuros; y que el futuro se asegura cuando elegimos ser sal y luz en medio de la oscuridad.
Este septiembre no levantemos solo banderas, levantemos también nuestras manos y corazones en oración, y nuestras vidas en acción. Dejemos de lado la indiferencia y la violencia. Amemos esta tierra como un regalo de Dios y trabajemos por ella con valentía.
Porque sí: un buen cristiano es, sin lugar a dudas, un buen ciudadano.

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