Por: Marly Leonzo de Armas
Por gracia, hija de Dios.
Es irónico, pero en pleno siglo XXI, nos encontramos en una sociedad donde hablar abiertamente sobre política, religión y dinero parece ser cada vez más complicado. La presión por conformarse a la “narrativa” dominante, promovida extensamente a través de medios financiados, ha convertido en un desafío expresar opiniones divergentes.
Incluso algo tan aparentemente trivial como apoyar a un equipo de fútbol puede generar debates acalorados, ni qué decir de atreverse a cuestionar al gobierno de turno y evidenciar sus deslices políticos ¡uf! automáticamente eso nos ubica del “lado incorrecto”. Incluso la referencia a principios fundamentales extraídos de la Biblia a menudo se desecha como algo arcaico o primitivo en la discusión pública.
En estos tiempos críticos, es más esencial que nunca elevar nuestra voz, especialmente cuando se utilizan diversas formas “políticamente correctas” para silenciar a quienes desean hablar sobre Jesús, defender la libertad religiosa, proteger la vida desde la concepción y vivir de acuerdo con sus convicciones más profundas.
Tanto sutil como descaradamente, se atacan los principios en los que los cristianos evangélicos basamos nuestras creencias, incluyendo prácticas como el diezmo y las ofrendas. Nos encontramos en la paradoja de tener que justificar nuestras prácticas internas dentro de nuestras iglesias, mientras que se acepta sin cuestionamientos la libertad de otros para gastar su dinero en entretenimientos menos constructivos.
Es crucial que el mundo comprenda que el crecimiento de las iglesias no se limita a una cuestión económica; responde a una profunda necesidad humana de creer en algo más grande, en la capacidad de Dios de transformar a nuestras familias, comunidades y nación. Para aquellos de nosotros que hemos experimentado un nuevo nacimiento en Cristo, entendemos que la verdadera prosperidad no se mide en términos materiales, sino en la riqueza espiritual: la vida eterna, la paz que sobrepasa todo entendimiento y la salvación en Jesucristo.
No permitamos que se nos cuestione por qué practicamos el diezmo o las ofrendas, por qué asistimos a una determinada iglesia o seguimos a un ministro en particular. Tenemos el derecho y la libertad de profesar nuestra fe abiertamente en un país que valora la libertad religiosa.
Que nadie nos intimide ni nos silencie cuando expresamos y practicamos la esencia misma de nuestra fe.