El despertar evangélico en Venezuela

Mientras Venezuela enfrenta una de las crisis humanitarias más profundas de su historia, el movimiento evangélico se ha consolidado como un refugio espiritual y social en los sectores más vulnerables del país. Pastores como Fernanda Eglé y José Luis Villamizar enfrentan la violencia, el hambre y la desesperanza con una sola arma: la fe.

Mientras Venezuela enfrenta una de las crisis humanitarias más profundas de su historia, el movimiento evangélico se ha consolidado como un refugio espiritual y social en los sectores más vulnerables del país. Pastores como Fernanda Eglé y José Luis Villamizar enfrentan la violencia, el hambre y la desesperanza con una sola arma: la fe.

“¿Puedo llevar mi arma al servicio religioso?” La pregunta, lanzada sin rodeos por un pandillero, no se olvida fácilmente. Para la pastora Fernanda Eglé, fue un momento de tensión, pero también de revelación. Podía cerrar la puerta y proteger a los suyos, o podía abrirla y confiar en que Dios haría el resto.

“Era arriesgado, pero este era el plan de Dios”, dice Eglé, fundadora de la iglesia evangélica Resurrección, ubicada en uno de los barrios más peligrosos de Caracas. “Él conocía el corazón de estas personas, su necesidad de cambio. Así que creé un ‘servicio para delincuentes’, con la intención de que vinieran”.

En un país sacudido por más de una década de colapso económico, corrupción e inseguridad, donde millones han emigrado y otros sobreviven día a día entre la escasez y el miedo, los templos evangélicos han dejado de ser meros espacios religiosos para convertirse en centros de asistencia, acompañamiento y transformación social.

Del púlpito a la calle

El pastor Siro Salazar ora en una plaza del centro de Caracas, imponiendo manos sobre quienes buscan consuelo. Allí, al aire libre, entre vendedores ambulantes y transeúntes apurados, se celebra un culto que rompe las barreras del templo tradicional.

Al igual que Eglé, el pastor José Luis Villamizar ha salido de los muros de la iglesia. Comenzó predicando desde la ventana de su casa durante la pandemia y terminó fundando una comunidad que asiste a personas mayores, migrantes y exdelincuentes.

“Sacamos de ese estilo de vida a gente que antes era sicaria”, dice con convicción. Sus acciones van más allá de la oración: reparten comida, medicina, ropa; organizan talleres financieros, jornadas de peluquería y dinámicas recreativas. “Intentamos todo para aliviar la soledad y la depresión”, agrega Eglé.

Una iglesia sin miedo

La iglesia Resurrección, fundada por Eglé, se ha convertido en santuario para quienes la sociedad ha marginado. Allí, incluso los pandilleros dejan sus armas en la puerta.

“Hablé con muchos de ellos y les pregunté: ‘¿Qué los llevó a esta vida?’”, recuerda. “Y cuando me contaron sus historias, lloré con ellos”.

El camino no es sencillo. Algunos vuelven a delinquir. Otros encuentran refugio y cambian de rumbo. La iglesia hace seguimiento, les encuentra hogares temporales y los acompaña hasta que logran valerse por sí mismos.

“Si no les ayudamos a salir de su situación, terminarán en las mismas circunstancias”, afirma Villamizar. Su trabajo, como el de muchos pastores evangélicos, se sostiene con donaciones, ahorros personales y la fuerza de una fe que no se rinde ante el abandono del Estado.

Crecimiento sin estadísticas, pero a la vista de todos

Las cifras oficiales sobre afiliación religiosa en Venezuela están desactualizadas. Sin embargo, estudios como el de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y estimaciones de expertos como el sociólogo Enrique Alí González indican que los evangélicos representan entre un 10% y un 12% de la población, frente a un 82%-84% de católicos.

David Smilde, profesor de sociología en la Universidad de Tulane, resalta que el crecimiento evangélico en América Latina —y en especial en Venezuela— tiene raíces sociales profundas: pobreza, violencia, carencia de instituciones y falta de sacerdotes católicos.

“En contextos de crisis, las iglesias evangélicas ofrecen fortaleza, dirección y una red social de apoyo mutuo”, dice Smilde. Sus normas más flexibles permiten mayor agilidad para establecer comunidades, especialmente en los barrios populares donde lo formal no siempre funciona.

Refugio sin distinciones

Israel Guerra, criado como católico, se convirtió en evangélico tras una crisis espiritual. Hoy asiste a una megaiglesia en Caracas. “Más que lugares con reglas para entrar al cielo, son un refugio”, dice. “Son lugares seguros tanto para pobres como para ricos, para expandilleros y empresarios”.

No todas las congregaciones son tan abiertas, reconoce Génesis Díaz, hija de pastores y creadora de contenido cristiano. Algunas iglesias mantienen normas estrictas, pero la proliferación es evidente. En un solo barrio, dice, ha contado más de 20 iglesias evangélicas, frente a una católica.

“Venezuela es un país cristiano y religioso”, afirma. “Aunque hay cosas que hemos olvidado y hay gente mala, hay un despertar muy fuerte hacia Dios”.

Maduro y la fe: una alianza poco efectiva

El presidente Nicolás Maduro ha intentado acercarse a este fenómeno creciente. En 2023 lanzó el programa “Mi iglesia bien equipada”, ofreciendo fondos para infraestructura religiosa evangélica.

Mientras algunos pastores como Eglé aceptaron pequeñas ayudas, otros como Villamizar las rechazan por completo.

“Nos han ofrecido ayuda, pero si la iglesia de Dios se enreda en política, uno termina endeudado”, advierte. “Prefiero que Él provea, y hasta el día de hoy, lo ha hecho”.

Según Smilde, este acercamiento político no ha rendido frutos. “Las posibilidades de movilización política de los evangélicos están ampliamente malinterpretadas y sobreestimadas”, dice. A pesar de los esfuerzos del oficialismo, no lograron captar un respaldo significativo.

Fe en medio del derrumbe

En medio de la devastación económica, la inseguridad y la desesperanza, el movimiento evangélico en Venezuela se presenta como un bálsamo para miles.

Desde las calles hasta las casas transformadas en templos, pasando por plazas públicas convertidas en altares de redención, el cristianismo evangélico está moldeando una nueva narrativa en el país: la del renacer desde el polvo, del consuelo donde no hay respuestas, del Dios que no abandona ni siquiera a quienes han tocado fondo.

Como lo resume la pastora Fernanda Eglé:
“Esto no es una religión, es una misión. Y mientras haya uno solo que quiera cambiar, nosotros estaremos aquí”.

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