Este mes de septiembre, Guatemala celebra su 204º aniversario de independencia patria. Es una oportunidad propicia para recordar no solo esta gesta cívica, sino también los deberes que tenemos como cristianos, quienes somos llamados a ser buenos mayordomos de la nación que el Señor nos ha permitido nacer o residir.
Lo anterior nos conecta inevitablemente con el “mandato cultural” expresado en las Sagradas Escrituras en Génesis 1:26-28. En este texto bíblico, tanto el hombre como la mujer creados a imagen de Dios, son vocación por naturaleza y están llamado a desempeñar una misión en el mundo. De hecho, no son simples espectadores de lo que sucede, sino actores esenciales para el desarrollo y florecimiento humano.
El texto bíblico nos recuerda, al menos, tres verdades fundamentales. Primero, que Dios creó (heb. Bará) al ser humano de la nada, sin materia prima previa. Segundo, que los hizo con dos cualidades inherentes: la imagen (heb. Selem) y la semejanza (heb. Demut), lo que implica que ambos, hombre y mujer, poseen inteligencia y voluntad, siendo capaces de relacionarse con Dios, actuar libremente y tener dominio sobre las criaturas. Y tercero, que Dios les encomendó construir la vida bajo dos principios básicos de responsabilidad: tener dominio propio (heb. Radah) y sojuzgar o organizar la Creación (heb. Kabash).
Por tanto, el propósito de Dios al crear al ser humano a su imagen fue funcional: capacitarlo para que tenga dominio y señoreé la tierra, con la conclusión lógica de que el gobierno de Dios se realiza a través de su representante. En este sentido, tanto el hombre como la mujer se convierten en buenos mayordomos (gr. epitropos, “encargados”) para practicar la mayordomía (gr. oikonomía, “administración de la casa”).
En consecuencia, el mandato cultural de Génesis es el encargo divino a la humanidad de cultivar la tierra, multiplicarse y organizarla para el bienestar de todos. De esta premisa se desprende la responsabilidad cívica cristiana: participar activamente y con ética en la sociedad, honrando a Dios, procurando justicia, siendo “sal y luz” en el mundo, amando al prójimo, orando por las autoridades, votando libremente por quienes promuevan valores sólidos y libertad religiosa, defendiendo la fe con argumentos sólidos e involucrándose en los procesos de educación cívica.
Estos compromisos implican un uso cuidadoso de los recursos, una contribución al bienestar nacional y una influencia positiva en la cultura, actuando siempre como fieles mayordomos de los dones de Dios.
En conclusión, la participación cívica de los cristianos tiene como finalidad última transformar vidas y sociedades mediante la influencia de la fe, buscando ser “embajadores de Cristo” en todas las esferas de la cultura para el florecimiento de Guatemala y el resto del mundo.

columna invitada
Gonzalo A. Chamorro