Cada año, el pueblo judío consagra un día entero para detenerse, ayunar y volver el corazón hacia Dios: Yom Kipur, el Día del Perdón. Es una jornada solemne, pero también profundamente esperanzadora.
Por: Ilan López| Director General Comunidad Judía de Guatemala

Según la tradición judía, en Yom Kipur los cielos se abren y el mundo entero recibe una oportunidad única: la de volver a empezar. No importa cuán grave haya sido el error ni cuán lejos se haya sentido alguien de Dios. Siempre existe la posibilidad de regresar, de pedir perdón y de escribir un nuevo capítulo en nuestra historia.
El profeta Isaías lo expresó con palabras poderosas: “Buscad a Dios mientras pueda ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Dios, el cual tendrá de él misericordia” (Isaías 55:6-7).
Yom Kipur nos enseña que el perdón divino no es automático: requiere reconocer nuestras faltas, arrepentirnos sinceramente, reparar el daño causado y comprometernos a vivir de manera distinta. Pero al mismo tiempo proclama una verdad universal: Dios nunca cierra la puerta del perdón a quien la busca con corazón humilde.
En tiempos como los nuestros, marcados por el odio, la persecución religiosa y el antisemitismo, Yom Kipur trae un mensaje que trasciende las fronteras del pueblo judío. Nos recuerda que no podemos permanecer pasivos frente al mal. El perdón no significa olvido, y la espiritualidad auténtica no es neutralidad cómoda. Ser perdonados nos compromete a ser luz en medio de la oscuridad.
La fe judía y la fe cristiana coinciden en esta visión esencial: el arrepentimiento verdadero no termina en palabras, sino que se transforma en acción concreta. Es vivir con más compasión, con más justicia y con más firmeza frente a quienes siembran odio.
Yom Kipur es, entonces, una invitación para toda la humanidad:
A renacer en nuestra relación con Dios.
A sanar nuestras relaciones con los demás.
A levantarnos con valentía frente a la intolerancia y el desprecio.
Este día sagrado nos recuerda que no somos prisioneros de nuestro pasado. Que siempre, en la infinita misericordia de Dios, existe la posibilidad de un nuevo comienzo.

