Dr. Víctor Súchite / Pastor y Orientador Familiar
La iglesia no es la principal educadora de los niños, la escuela o el estado tampoco lo es. Los padres son los principales o primeros educadores de sus hijos.
La iglesia y la escuela son el complemento, del trabajo que en casa hacen los padres. Es allí donde los chicos pasan más tiempo, es allí donde se les transmiten los valores o los antivalores. Por esa razón, el proverbista recomienda a los hijos en Proverbios 1:8,9 lo siguiente: «Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre; porque adorno de gracia serán a tu cabeza, y collares a tu cuello». Acá queda claro que son los padres quienes deben instruir, dirigir los pasos de sus hijos o corregir su rumbo. De allí que, anima a los hijos a someterse a la educación y corrección de los padres responsables. Cuando educamos a nuestros hijos, estamos brindándoles amor, seguridad, confianza en sí mismos, paz interior, conocimiento y sentido de dirección. Eso hay que hacerlo hoy más que nunca, ya que actualmente en las escuelas o colegios, los ideólogos de género están adoctrinando a los niños de que no hay cuerpos de niño o de niña, pues cada cual decide a qué género desea pertenecer. Al momento de nacer (dicen ellos), el médico les asigna un sexo a los niños en base a sus genitales, pero se trata de sexo asignado, no de sexo decidido lo cual es un derecho. De ese modo, niegan que Dios haya creado solamente dos sexos y niegan la verdad científica.
Recordemos que la misión de educar a los hijos le corresponde a los padres, Dios les ha delegado dicha tarea. De manera que, el hogar es la primera escuela donde los hijos aprenderán a temer a Dios, en un mundo que cada vez más se aleja de Dios. Defiendan sus derechos como padres en cuanto a la responsabilidad de educar sexualmente a sus hijos, cosa que no es deber del estado.
Postura cristiana frente a la homosexualidad.
No podemos pasar por desapercibidos ante la realidad de que en nuestros días, se ve a la homosexualidad o sea a la intimidad sexual con otras personas de su propio sexo; como algo normal o como una enfermedad. Sin embargo, las estadísticas indican que en las regiones donde se permiten las bodas homosexuales, solamente el 2% de los matrimonios se da entre personas del mismo género, el 98% de los matrimonios son heterosexuales. Es un error entonces considerar que la homosexualidad es cada vez más practicada en el mundo, pues los homosexuales son una pequeña minoría. Siendo que los cristianos o creyentes en Jesucristo, tenemos a la Biblia como nuestra norma de fe y conducta, debemos acudir a ella para saber lo que nos dice al respecto. La Palabra de Dios condena la práctica de la homosexualidad de manera directa y sin rodeos (Levítico 20:13; 18:22; Deuteronomio 23:17; Romanos 1:16,26; 1 Corintios 6:9; 1 Timoteo 1:9,10). Desde un principio Dios decretó que el hombre se uniera a su mujer, debido a que la voluntad de Dios es el matrimonio heterosexual.
«el matrimonio es una institución social por la que un hombre y una mujer se unen legalmente, con el ánimo de permanecer y con el fin de vivir juntos, procrear, alimentar y educar a sus hijos y auxiliarse entre sí».
(Génesis 2:24). Nunca fue la voluntad original de Dios que un hombre se una a otro hombre o una mujer a otra mujer. Eso no significa que veamos a los gays y a las lesbianas como personas no gratas. No condenamos a la persona, sino a la práctica de la homosexualidad porque es antinatural y es una tergiversación de la voluntad de Dios. A la persona homosexual hay que respetarla, no hay que burlarse de ella ni juzgarla, aunque no estemos de acuerdo con su patrón de conducta. Muchos homosexuales han podido escapar de esa tendencia anormal, con la gracia y el favor de Dios.
Debido a la influencia en nuestro siglo XXI de la teoría de género, el matrimonio homosexual a la fecha (febrero de 2019), es legal en los siguientes 26 países: Holanda, Bélgica, España, Suecia, Portugal, Dinamarca, Francia, Inglaterra, Gales, Escocia, Luxemburgo, Irlanda, Finlandia, Noruega, Austria e Islandia, Canadá, Estados Unidos, México, Argentina, Brasil, Uruguay y Colombia. Sudáfrica, Nueva Zelanda y Australia. Como vemos esto es una agenda mundial en el siglo XXI y lo terrible, es que junto a la iniciativa de legalizar los matrimonios entre homosexuales, van de la mano leyes como el de permitir que puedan adoptar hijos y que se prohíba escribir, hablar o predicar en contra de los homosexuales, alegando discriminación, lo cual ya está aprobado en muchos países. No cabe duda que la familia según la voluntad de Dios, es una institución que está siendo terriblemente atacada con la así llamada libertad sexual o «una sociedad más igualitaria entre los sexos». Sin embargo, el diseño original de Dios para el matrimonio no es ese. Según el artículo 79 del Código Civil de Guatemala: «el matrimonio es una institución social por la que un hombre y una mujer se unen legalmente, con el ánimo de permanecer y con el fin de vivir juntos, procrear, alimentar y educar a sus hijos y auxiliarse entre sí».
La anterior definición, está muy apegada a lo que Dios decretó desde un inicio en Génesis 2:24 donde leemos: «Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne». Acá se nos indica, que nuestro Creador estableció la base para el matrimonio monógamo: Un hombre para una mujer. No un hombre para un hombre, ni una mujer para una mujer (homosexualidad), varias mujeres para un hombre (poligamia) o varios hombres para una mujer (poliandria). Tampoco hizo dos padres de un mismo sexo para un hijo. Eso es totalmente anormal o antinatural. Un hijo necesita ciertamente ambas figuras: la materna y la paterna para un desarrollo sano e integral. Cuando hace falta una de ambas figuras, se puede contar con un padre sustituto (abuelo, tío, etc. que esté cerca como figura paterna o viceversa). Por lo tanto, la familia debe estar constituida según el modelo divino, no según el modelo de estados liberales.
Los cristianos nunca seremos homofóbicos.
El término homofobia significa literalmente «fobia contra homosexuales» (hombres o mujeres). Lamentablemente, los miembros de la comunidad LGTBI y los defensores de la teoría de género, pretenden ampliar el significado de homofobia como «odio» contra los homosexuales. Ciertamente, en muchas regiones del mundo existen grupos que atacan salvajemente a los homosexuales y en ocho países les condenan a muerte, algo a lo cual nos oponemos, pues eso sería violar sus derechos. Los cristianos, de ninguna manera les tenemos temor, y menos aún, odio a los homosexuales, ya que lo que nos caracteriza es todo lo opuesto: El amor a Dios y al prójimo. Jesús dijo: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Juan 13:35). Si algo caracteriza a los cristianos, es el amor a los demás. Por cuanto amamos (en el sentido correcto de la palabra) a los homosexuales, es que les decimos que su estilo de vida es pecaminoso y destructivo, por lo que solamente Jesucristo puede reencauzar sus vidas y ofrecerles salvación. Los cristianos no atacamos a los homosexuales, simplemente defendemos la verdad de Dios. Un verdadero creyente en Jesucristo, jamás le provocaría daño físico o agresión física a un homosexual premeditadamente. De ninguna manera buscamos su mal, al contrario, buscamos su bienestar espiritual. De nuevo, los cristianos no somos homofóbicos u homofóbos (ambos adjetivos aparecen en el Diccionario de la Real Academia Española), somos respetuosos de nuestro prójimo, aunque éste no comparta nuestro pensamiento o nuestra conducta.
Una cosa es no estar de acuerdo con el comportamiento homosexual, y otra muy diferente, es ofender o agredir a los homosexuales. Como bien se ha dicho: Debemos odiar al pecado, pero amar al pecador. Defienda su fe y oriente a sus hijos, ya que después de Dios, la familia es prioridad.