La tecnología ha desplazado a muchas cosas que han sido por años parte de la vida de las personas. Los juegos tradicionales, no han podido evadir el abrazo de los avances tecnológicos y ahora se juegan solo en la memoria de quienes ya no tienen tiempo para jugar.
Aquellos que pertenecieron a las generaciones pasadas, saben que, quien no ha hecho bailar a un trompo, no ha saltado una cuerda al ritmo de una canción o no ha rayado el patio de su casa o la banqueta de un vecino con un pedazo de ladrillo, para jugar al avioncito, juegos de jax, escondite, cincos, la vuelta de toro, toro jil, los capiruchos, barriletes, arranca cebollas, saltar la cuerda, gallina ciega, etc; no ha gozado verdaderamente de su niñez.
Una mirada a los niños del ayer
«Los niños de antes, eran mucho más activos, las calles se llenaban de gritos y cantos, especialmente en las noches que era cuando más jugaban. Corrían, saltaban y hacían de todo, no existían edades, podían jugar los niños de cinco años con los de 13»; cuenta Don Lucio Aldana, quien a sus 74 años y un rostro que no refleja su edad, pues luce mucho más joven, parece ver pasar por su delante, una película de sus añorados recuerdos.
Su niñez, me dice, la pasé entre el trabajo en los terrenos de mi padre y los juegos con mis amigos. Su mayor habilidad, salía a flote en el momento de hacer bailar su trompo, lo hacía bailar con tanto talento, que en la aldea, nadie podía superarlo.
¿Malo lo nuevo, bueno lo viejo?
En los últimos años, esta realidad ha llevado a padres de familia, docentes, académicos y jóvenes a debatir, en países como España, Argentina, Bolivia, México y Estados Unidos sobre la “nocividad” de los juegos de ahora o las “bonanzas” de los de antaño; la necesidad de rescatar estos últimos o dejar que las nuevas generaciones vivan su época.
El extinto comunicador argentino Roberto Galán decía: “lo nuevo no es sinónimo de mejor, ni viejo sinónimo de malo, y viceversa”; al aplicarlo a este debate podría situarse como péndulo entre quienes piensan como: “sigo sosteniendo que antes era mejor, nos divertíamos y había más creatividad” o, “los que extrañan las costumbres anticuadas son los que no entienden de tecnología ni de las costumbres sociales nuevas”.
El historiador Celso Lara, sostiene que el juego ha sido desde siempre un elemento de cohesión social, por su transmisión de una generación a otra y porque a través de él, el niño o la niña aprende a convivir en sociedad, de ahí que es partidario de la idea que los juegos de antaño hoy casi extintos o en algunos casos ya no practicados, jugaban mejor ese rol.
Lara sostiene que uno de los principales valores de esos juegos era la libertad, pues se realizaban en áreas abiertas, permitía al niño desenvolverse y desarrollar su creatividad, su sentido de sociabilidad, contrario a los actuales que por lo general hacen que el niño se encierre y juegue solo, no permite la interacción, comunicación y el trabajo de grupo.
Miguel Álvarez, cronista de la ciudad de Guatemala, considera que la industrialización y el proceso de globalización han incidido en los cambios en términos de urbanismo, seguridad y la expansión de la tecnología, que ha propiciado el desarrollo de nuevos modelos de distracción, en detrimento de los de antaño.
Una pérdida que se puede recuperar
Es fácil darse cuenta como se han perdido estos juegos, basta ir a un recreo escolar o preguntarles a nuestros hijos su rutina y el de sus amigos. Fácil es notar que al regresar a casa, luego de sus estudios, algún videojuego, o el celular es el entretenimiento. Fácil es notar que todo ahora por via de redes sociales o juegos online.
Cómo padres también tenemos culpa, quizá también nos dejamos envolver por la tecnología y el trajín del día a día y hemos dejado engavetado aquellos juegos un día nos hicieron felices y que compartíamos más con nuestros amigos, ¿olvido, acomodamiento, urbanización, tecnología, etc? Cualquiera que sea la causa, bien vale la pena intentar compartir con nuestros hijos y recordar esos juegos de antaño.
Que los juegos populares, también llamados de tradición, mantienen viva la memoria de una región; fortalecen las destrezas, habilidades, valores y actitudes necesarias para un desarrollo integral; propician los vínculos, es decir, la relación con los demás; enseñan a los niños a ser solidarios, a compartir, a esperar su turno, a valorar el rol del otro, a establecer relaciones fuertes y duraderas, a ser felices.
Es incentivar, mediante paseos y reuniones familiares, la práctica de éstos juegos, otra manera de promoción de ésta tradición es mediante una campaña en las escuelas, porque los niños de ésta generación, no conocen los juegos tradicionales. Rescatemos los juegos tradicionales.