La defensa del gobierno, en la que participó también activamente Carlos Aldana Sandoval (el mismo coronel que no se había presentado la noche del 19 de octubre en la Guardia de Honor, pero había organizado parte importante de la conspiración contra Ponce), se caracterizó por la participación activa de varios dirigentes políticos que lograron movilizar centenares -tal vez miles- de civiles armados pertenecientes a los sindicatos y los partidos revolucionarios. Entre los dirigentes de estos civiles debemos mencionar a Charnaud Mac Donald, Carlos Manuel Pellecer y Mario Silva Jonama, estos dos últimos altos dirigentes comunistas.La defensa del gobierno, en la que participó también activamente Carlos Aldana Sandoval (el mismo coronel que no se había presentado la noche del 19 de octubre en la Guardia de Honor, pero había organizado parte importante de la conspiración contra Ponce), se caracterizó por la participación activa de varios dirigentes políticos que lograron movilizar centenares -tal vez miles- de civiles armados pertenecientes a los sindicatos y los partidos revolucionarios. Entre los dirigentes de estos civiles debemos mencionar a Charnaud Mac Donald, Carlos Manuel Pellecer y Mario Silva Jonama, estos dos últimos altos dirigentes comunistas.
La lucha fue cruenta e incluyó decisivos ataques aéreos contra los alzados, pero terminó pronto con el triunfo de las fuerzas leales al gobierno y un saldo de más de 100 muertos: el 19 de julio concluyó la insurrección, deteniéndose a 21 oficiales, de los cuales 13 quedaron absueltos y los restantes condenados a penas bastante leves de prisión. Muchos dirigentes aranistas, por otra parte, pudieron esconderse y salir del país en fecha posterior. El día 20 de julio se leyó públicamente, por fin, el comunicado oficial que cumplía con el deber de clarificar los hechos ante una opinión pública abrumada por rumores contradictorios y por la violenta batalla que había sacudido la ciudad capital. Redactado por el propio presidente el mismo día 18, según él lo afirma, el boletín «no satisfizo ni a los arbencistas ni a los aranistas». No era para menos: el texto presentaba una narración bastante alejada de la verdad, llena de confusiones y omisiones deliberadas y algunas flagrantes mentiras que no pudieron ser aceptadas por la mayoría de los guatemaltecos, conocedores ya de buena parte de los sucesos. Comenzaba afirmando que «un grupo de delincuentes armados sorprendió e hirió al Coronel Francisco Javier Arana», falsedad evidente pues el ‘grupo de delincuentes’, según era público y notorio, era una comisión encabezada por un diputado y el segundo jefe de la Guardia Civil y, por otra parte, Arana no estaba sólo herido sino muerto ya desde el mediodía del lunes 18. El comunicado, sin referirse para nada a la supuesta destitución de Arana por el congreso abundaba, eso sí, sobre la emboscada, dando detalles que resultan de sumo interés:
«El ataque fue simultáneo por todos los costados de la camioneta. Tan pronto como los delincuentes se dieron cuenta de que el Coronel Arana estaba imposibilitado, lo sacaron del sitio de comando y uno de ellos hizo funciones de chofer para arrastrar la camioneta hasta «El Filón», donde todos los tripulantes cambiaron de automóvil. Hasta el momento de difundir este comunicado no se conoce el paradero del Coronel Arana, presumiéndose que parte de los asaltantes lo hayan secuestrado, quizá ya muerto. La policía realiza en el lugar del suceso y en la Capital las investigaciones del caso para identificar a los automóviles y a los delincuentes.» Y se concluía: «Momentáneamente, mientras se esclarece la situación personal del Coronel Arana, a quien se supone muerto, se ha hecho cargo interinamente de la Jefatura de las Fuerzas Armadas el Ministro de la Defensa Nacional, Coronel Jacobo Arbenz.»
El comunicado resulta, sin ninguna duda, sorprendente y casi increíble: ¿cómo podía decir el propio Presidente de la República que la policía realizaba investigaciones para identificar a los automóviles si uno de ellos era el de la esposa del Ministro de la Defensa y otro un jeep de la guardia civil? ¿Estaba Arana herido, ‘imposibilitado’, malherido o muerto? ¿Entre los delincuentes que cambiaron de automóviles en El Filón había que contar al propio Arbenz, quien estaba comprobadamente allí? Y si es así ¿cómo es que entonces se lo nombraba Jefe interino de las Fuerzas Armadas? Todas estas contradicciones, todos estos absurdos, no pueden haber salido de la pluma de un hombre como Juan José Arévalo sin que existiesen buenos motivos para ello. Pero la interpretación, como se comprenderá, no puede ser más que una conjetura pues el autor, aún treinta años después, no quiso aclarar ante la historia sus motivos para escribir una pieza tan irrazonable que, sin exagerar, puede ser considerada como una obra maestra de desinformación.
Arévalo escribió ese texto en momentos en que todavía se desenvolvía una cruenta lucha armada por el poder cuyo desenlace era incierto: podía ganar cualquiera de los bandos y, tal vez por eso, el presidente no quiso asumir su responsabilidad en los trágicos hechos de ese mediodía, procuró desentenderse por completo de una acción que consideraba horrible, manifestando una ignorancia que resulta inverosímil y hasta sospechosa. No nos extraña, por eso, que Arbenz no haya aprobado el texto del comunicado en la reunión del consejo de ministros que se realizara poco antes de su lectura pública. La misma actitud asumieron Enrique Muñoz Meany, Ministro de Relaciones Exteriores, y el coronel Carlos Aldana Sandoval, de Comunicaciones y Obras Públicas. Al no dar un carácter oficial a la acción del Puente de la Gloria Arévalo impidió que pudiesen realizarse los drásticos consejos de guerra que pedían algunos: una cosa es sublevarse ante un hecho delictivo, otra muy diferente rebelarse ante la ley. Es Pellecer quien insiste en destacar este punto, para justificar la extraña conducta de Arévalo. Pero ésta puede ser interpretada también como parte de una especie de estrategia para dejar que el ejército mantuviese sus divisiones, para no dar del todo la razón al bando arbencista, al que había apoyado y apoyaba aún, para que este sector no se hiciese con un poder tan absoluto que diluyese por completo el de la presidencia. Arévalo dejaría así insatisfechos, o no completamente satisfechos, a ambos bandos militares, tratando de mantener cierto equilibrio en medio de una situación que, en todo caso, consideraba lamentable.
Al día siguiente, 21 de julio, Arévalo recibió a un grupo de amigos que, habiéndolo apoyado en su mandato, tenían también en alta estima al coronel Arana. Eran «Francisco Villagrán (ex-Ministro), José Rolz Benett (ex-Diputado Constituyente y Decano de la Facultad de Humanidades [cuya creación Arévalo había impulsado]), Ernesto Viteri Bertrand y Federico Rolz Benett». Ellos le dijeron que era «hora ya de dar amplia información» sobre lo sucedido, haciendo al propio tiempo «una declaración de duelo, y de iniciar la pesquisa judicial» respecto a las muertes de Amatitlán. Los recibió un Arévalo derrotista que, en un momento dado, dijo con sentimiento: «Esta mancha ya no me la puedo quitar y, con gesto de repugnancia agregó: Estoy salpicado de sangre.» Pero, rodeado ya por el núcleo arbencista que había triunfado sobre los alzados de la Guardia de Honor, nada hizo el presidente para esclarecer las responsabilidades penales y políticas de lo ocurrida. Era imposible hacerlo, por supuesto, sin desencadenar un cataclismo político.
4.6 Se acercan las elecciones
El 10 de agosto de ese año, 1949, Arévalo procedió a renovar su gabinete, «suavizando un poco las aristas más salientes» de un equipo que había estado dominado totalmente por los partidarios de Arbenz. Procuraba así recuperar algo de su autonomía y evitar que la muerte de Arana desembocase en un dominio absoluto de los arbencistas. «El Presidente Arévalo, [era] más poderoso entonces que durante los cuatro años anteriores», afirma él mismo, con su peculiar estilo mayestático, exagerando sin duda los contornos favorables de su situación. Aunque algo hay de cierto en sus palabras, seguramente, pues con el aranismo desarticulado como fuerza de oposición dentro del «campo de la revolución» y el arbencismo enfocado en la campaña electoral del año siguiente, Arévalo pudo sentirse más libre, más tranquilo para proseguir su trabajo, al menos durante unos cuantos meses.
En febrero de 1950, todavía lejanos los comicios de diciembre, acabó por definirse casi por completo el panorama electoral. El PAR, como era de suponerse, se alineó con la candidatura del coronel Jacobo Arbenz y lo mismo hizo RN, aunque después de algunos conflictos internos. En igual sentido procedió, a finales de mes, el Comité Político de los Trabajadores, organismo que representaba a casi todo el movimiento sindical organizado y que estaba liderizado, en buena medida, por activistas del comunismo. Más complicada fue la situación que se presentó en el seno del FPL, partido que no había querido apoyar la candidatura de ningún militar y que ahora se pronunciaba por lo que se dio en llamar una posición civilista. Dos candidatos aparecieron con posibilidades, Manuel Galich y el Dr. Víctor Giordani, Ministro de Salud Pública y, aunque en la convención del partido triunfó Giordani por amplio margen, lo hizo tal vez porque prometió aportar, chequera en mano, los fondos necesarios para la campaña. Los partidarios de Galich, sin embargo, no aceptaron la derrota y lo inscribieron también como candidato, produciendo una división que sólo servía para contribuir al posible triunfo de Arbenz. Emergió también otro candidato de importancia, el general Miguel Ydígoras Fuentes, a la cabeza de un nuevo partido, Reconciliación Democrática Nacional. Representaba a sectores situados más a la derecha, opuestos a la continuación del arevalismo en cualquiera de sus formas, sin competir por lo tanto por los votos del sector del electorado que se consideraba a sí mismo como revolucionario.
En este tramo final de su mandato, consolidado en parte y situado fuera de la contienda electoral, Arévalo se concentró en la terminación de ciertas obras y la aprobación de algunas leyes que él consideraba de importancia. Entre las primeras cabe destacar la Ciudad Olímpica, su obra más monumental y siempre recordada, que dio nueva fisonomía a la capital y pudo terminarse a tiempo para la realización de los VI Juegos Centroamericanos y del Caribe en Guatemala. Cabe recordar que, en la ceremonia de inauguración de estas competencias, se produjo un incidente diplomático cuando, al desfilar la delegación de Puerto Rico, no se interpretó el himno de los Estados Unidos sino una «pieza popular puertorriqueña», lo que causó el obvio disgusto de la representación de ese país. Poco después, a fines de marzo, el gobierno aconsejó el «retiro inmediato del país» del embajador Patterson aduciendo que éste corría peligro, aunque en realidad como represalia por las reuniones que el diplomático había tenido con figuras de la oposición a los que el gobierno consideraba como conspiradores.
Así se iba ensanchando la separación que, entre el gobierno de Arévalo y el de los Estados Unidos, había comenzado a producirse algún tiempo antes, y que se convertiría en un distanciamiento total en el momento de completar su mandato. En efecto, en el discurso que haría como presidente saliente al entregar la presidencia a su sucesor, Arévalo pronunciaría algunas palabras que provocarían el retiro airado de la delegación norteamericana del estadio en que se llevaba a cabo el acto: «Hay algo aún más grave. Y es que la doctrina de Hitler no sólo perdura en los cuadros palaciegos de los dictadores vitalicios, sino que ha subido por simpatía física o por ósmosis espiritual hasta los alminares desde los que antes se maldecía a Hitler. Tengo la opinión personal de que el mundo contemporáneo se mueve bajo las ideas que sirvieron de base para erigir a Hitler en gobernante y para incendiar el mundo una vez más en 1939. Y es que el hitlerismo fue tratado por sus adversarios únicamente como un peligro militar […] nada hicieron los vencedores para combatirlo o negarlo en los otros planos de su poderosa estructura.» Semejante agresión verbal -pues la forzada comparación parecía como hecha a propósito para disgustar a la delegación de USA- sirvió para confirmar la opinión del gobierno norteamericano sobre lo intratable que resultaba Arévalo.
El otro punto al que debemos referirnos es la promulgación de la Ley de Arrendamiento Forzoso de Tierras Ociosas, aprobada en diciembre de 1949. La ley intentaba dar el primer paso en el camino de la reforma agraria que ya figuraba en la agenda de los partidos revolucionarios, estableciendo la obligatoriedad de arrendar ciertas tierras no trabajadas, por un canon fijado por el estado, a los agricultores que así lo deseasen. La ley fue implementada sólo muy limitadamente durante el resto del período, mientras se iban organizando, a toda marcha, los sindicatos agrarios que formaban la Confederación Nacional Campesina de Guatemala (CNCG), creada en octubre de ese mismo año y dirigida por un líder que ya se había acercado al pequeño núcleo de los comunistas de entonces: Leonardo Castillo Flores.
Pero el gobierno, en este último tramo del período presidencial, no alcanzaría a gozar de un ambiente de paz para culminar su gestión. Ya desde abril de 1950 comenzaría a incubarse, silenciosamente, la que resultaría la más seria crisis de todo el gobierno arevalista, una crisis que emergería en forma imprevista y desde la dirección que parecía menos probable. Manuel Cobos Batres -quien había sido uno de los fundadores del Partido Unionista en 1919 y había jugado un papel decisivo en la caída del dictador Manuel Estrada Cabrera- se lanzó otra vez al ruedo político, indignado por la muerte de Arana, y comenzó la agitación mediante manifiestos y hojas volantes que se distribuyeron por toda la ciudad. En ellos se hacía una clara y muy detallada descripción de los sucesos del Puente de la Gloria -transcribiendo extensos pasajes de las declaraciones dadas por Chico Palacios- se enjuiciaba severamente al gobierno y se proponía, finalmente «que exijamos la inmediata renuncia del gobierno de Arévalo» al cumplirse precisamente un año de la violenta muerte de Arana. Como método de lucha, el anciano dirigente se había decidido a apelar al procedimiento que había empleado ya en otras ocasiones: el de los minutos de silencio.
Concretamente: «Al sonar las seis en punto de la tarde todos los guatemaltecos, hombres y mujeres, que estén de acuerdo con esta demanda, detendrán su marcha y guardarán silencio durante un minuto. Nada de gritos ni menos de discursos, nada susceptible de alterar el orden; con seriedad, con firmeza y, sobre todo, con perseverancia. No importa que los primeros días seamos pocos los manifestantes, a la larga triunfaremos si, como lo espero, la inmensa mayoría de mis compatriotas comparte nuestros sentimientos y aprueba este plan.»