Arévalo, como candidato, tenía fortalezas y también debilidades, pero los puntos favorables resultaron, como se vio en poco tiempo, muy superiores a las posibles flaquezas. La principal debilidad era que Arévalo no había incursionado nunca en la política y era por lo tanto un hombre poco conocido para la población; tampoco era posible determinar, de antemano, cómo se desplazaría en medio de las confusas circunstancias de la política local. Pero tenía, por contrapartida, un bien ganado prestigio en ambientes académicos y una obra pedagógica que lo situaba muy por encima de la mayoría de sus competidores: había diseñado y publicado Quetzal, un método para enseñar a leer, escribir y dibujar simultáneamente, y era autor de una Geografía Elemental de Guatemala ampliamente conocida en el ambiente del magisterio. Con su doctorado en Filosofía y Pedagogía, obtenido en la prestigiosa Universidad de La Plata, Argentina, y con su labor como profesor universitario en la Universidad de Tucumán de ese mismo país, Arévalo poseía un prestigio intelectual con el que muy pocos de sus adversarios podían competir. Pero esto, quizás, no era lo principal: lo importante, lo decisivo, era que Arévalo era ante todo un civil y que no estaba contaminado por el pasado de la dictadura, no había pertenecido al liberalismo ni al ubiquismo; era una incógnita, pero una incógnita fresca, abierta, sin pasado. Eso lo habilitaba para representar, mejor que nadie, el anhelo de cambio que se manifestaba en la sociedad guatemalteca. “El movimiento popular de 1944 era también un movimiento romántico.” “El pueblo de 1944 hizo un movimiento romántico en reclamo de sus libertades y al triunfar la lucha, gracias al ejército, eligió para presidente de los nuevos tiempos a un maestro de escuela: otro gesto romántico.” Esto, que constituía sin duda un capital político nada despreciable, fue apreciado en su justo valor, no sólo por RN sino también por el FPL y por otros grupos políticos, que lo fueron proclamando rápidamente como su candidato.
Arévalo, que según dicen había pensado apoyar, en algún momento, la candidatura del también intelectual Adrián Recinos, decidió regresar a Guatemala y, ya antes de llegar, en su escala en Costa Rica, se convenció de que tenía aún más apoyo que el imaginado y que debía postularse como candidato a presidente. Cuando por fin pisó tierra guatemalteca, el 3 de septiembre de 1944, los hechos confirmaron la justeza de esa decisión: una inmensa multitud, nunca vista antes en la ciudad, colmó el aeropuerto y las calles adyacentes, extendiéndose hacia el norte hasta llegar a lo que es hoy la zona 9. Arévalo impresionó bien a sus conciudadanos. Un hombre blanco, alto, corpulento, seguro de sí mismo, habló con carisma a quienes lo escuchaban, mostrando que sabía interpretar sus esperanzas y sus vagos proyectos, que era el líder que Guatemala esperaba.
Mientras comenzaba a rugir el huracán de la candidatura de Arévalo, perfilándose como el favorito de una ciudadanía ansiosa de cambio, Ponce Vaides, por su parte, trataba de asegurar su permanencia en el poder acudiendo al tradicional recurso de
la represión. Ya el treinta de julio habían comenzado las detenciones arbitrarias, principiando con las de Guillermo Toriello –hermano de Jorge- e Indalecio Rodríguez, del Partido Nacional de Trabajadores, que continuaron durante el mes de agosto e incluyeron a figuras tales como Clemente Marroquín Rojas, Juan José Orozco Posadas, Miguel García Granados, Roberto Arzú Cobos, Enrique Muñoz Meany y muchos otros, a quienes se acusaba de hacer propaganda contra el gobierno provisional o pedir la renuncia de ciertos diputados y funcionarios.
Pero el gobierno, además de reprimir a la creciente oposición, se mostraba activo en el propósito de conseguir un amplio respaldo político en las programadas elecciones presidenciales. Con ese propósito Ponce tomó algunas medidas que le fueron ganando cierto respaldo entre los campesinos en tanto los organizaba para que lo respaldaran dócilmente. El hecho más notable ocurrió el día 15 de septiembre, aniversario de la Independencia, cuando se organizó un desfile de apoyo a su candidatura que contó con una fuerte presencia de indígenas, muchos de los cuales marcharon por las calles de la ciudad con sus machetes y con la fotografía del general prendida en sus ropas.
La manifestación suscitó el repudio y el temor de muchos ciudadanos. Era visible ya, por las medidas que se iban tomando, que Ponce trataba de manipular a los indígenas, amañar las elecciones y permanecer en el poder por cualquier medio, suprimiendo las libertades públicas recién adquiridas y estableciendo su propia dictadura: así lo indicaban las detenciones que continuamente se hacían, las amenazas a la prensa y el clima general de intimidación que ya reinaba en el país. La presencia de indígenas en los actos, y la forma en que parecían traídos a la ciudad por medio de un dispositivo militar, significaban que Ponce estaba dispuesto a basarse en los sectores menos cultivados de la población para conseguir una base de apoyo que le permitiera proclamarse vencedor electoral.
Guatemala era un país dividido entre la población blanca y mestiza que se denominaba ladina, por una parte, y un amplio sector de grupos étnicos indígenas concentrados sobre todo en las zonas rurales del altiplano. Los indígenas, analfabetos en su gran mayoría, tendían a ser despreciados y marginados por la población ladina que predominaba en las ciudades, eran percibidos como gente diferente, de cultura inferior en muchos sentidos, apta sólo para realizar las tareas más elementales, peligrosa a veces. La manifestación del 15, por eso, resultó para muchos un ominoso presagio: Ponce trataba ya de convertirse en dictador y lo hacía liberalizando algunas normas sobre consumo de aguardiente que había impuesto Ubico, ganándose así el favor de los indígenas y organizando a través de los cuarteles a una población que podía manejar con cierta facilidad.
La acción de Ponce Vaides representaba una amenaza para la limpieza del proceso electoral previsto para diciembre, aunque su importancia no debía exagerarse en un país con escasa tradición democrática, acostumbrado desde siempre a la manipulación de los votantes. Pero otro hecho, ocurrido dos semanas después, cambió por completo el clima político que se vivía en Guatemala: Alejandro Córdova, propietario y director de El Imparcial, quizás el principal diario del país, fue asesinado cuando viajaba en su automóvil por un grupo armado que, según todas las presunciones, había actuado bajo las órdenes del presidente provisional. El asesinato de Córdova, que se había destacado desde el primer momento por su ferviente oposición a la naciente dictadura, cambió de un modo decisivo el escenario político del país. Ya no se trataba de ganar el favor del público para lograr el triunfo en las próximas elecciones: lo importante ahora era decidir si se aceptaba o no la dictadura de Ponce, si se permitía que ésta se consolidase o se tomaban urgentes medidas para impedirlo.
Un tiempo de definiciones había llegado. El movimiento de junio, que con tanta fortuna había logrado poner fin a la dictadura de Ubico, parecía amenazado y al borde del más rotundo fracaso. Sus actores, sintiendo la imperiosa necesidad de pasar a la acción, se encaminaban a una lucha decisiva, imprevisible en su desenlace, que resultaría crucial para el destino futuro del país.